jueves, 28 de febrero de 2008

Una fila de hormigas camina por las páginas ahora mismo

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martes, 26 de febrero de 2008

Teoría del Autocontrol de todos los Placeres

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Aparecimos esta mañana dos cuerpos tristes blancos muertos, enroscados uno encima del otro.
La otra noche -anoche- habíamos peleado por razones que no eran importantes pero fueron la respuesta que encontramos a ese tema que se olía en el aire justo antes de dormirnos. Recuerdo la lluvia afuera, la lluvia adentro y las palabras que, como las gotas, se sucedían unas a otras cada vez más fuertes y más graves. Recuerdo a mí mismo sentado a sus pies tan quietos que parecía dormida. Recuerdo cómo tratamos -creíamos que tratábamos- de arreglarlo todo, eso: todo, ese todo que era la furia más las ganas de la furia. Algo habría -pienso para mí y se lo digo, cada tanto- contenido en nuestros espacios íntimos, de ella o mío o de nosotros juntos, que estaría pidiendo a gritos ese clima. Lo pienso mucho y siempre siempre espero que salga y pase pronto. Que grite y calle, quiero.
Si cierro los ojos ahora creo verte y ver el marco que formaba la curva que va de mi nariz a mi ceja izquierda en esa escena. Te creo en tus amagues de auxilio; te creo que me buscas con ojos brillantes pero brillantes-tristes. Te creo que me abrazas, que me lloras, que me entiendes un poco.
A: -¿Te das cuenta, nena, de que la vida es tan horrible que hasta cuando uno está feliz sigue sufriendo así?
B: -…
A: -¿Te das cuenta? ¿Eh?
B: -Matémonos, Pedro, matémonos.
A: -…
B: -¿Nos matamos?
(Yo, que siempre sigo su corriente, un poco, con la idea de demostrarle por dónde quedaba su equivocación, consideré la opción de decirle: sí.
Sin embargo, y dada la gravedad de las circunstancias y el grado de trastorno de los participantes, le dije: no.)
A: -No. ¿Cómo nos vamos a matar? ¿Estás loca, vos? ¿Estás loca?

En mis fantasías desperté ese día -que no es este- y empecé a concebir esta idea. En ella sonreíamos los dos, juntos, buenamente juntos, y entendíamos que sí, que en realidad sí era necesario matarnos entonces y juntos y tristes y sabiendo que era el sello de una promesa que de ahora se extendía para siempre, que era nunca y se acababa exactamente en ese instante.
Y así como así, sin saberlo bien todavía, esta mañana aparecimos los dos, y éramos tristes y éramos blancos, y éramos cuerpos y blandos, muertos, y nos sentíamos juntos y viejos y nuevos, así: enroscados uno encima del otro.

jueves, 21 de febrero de 2008

Te necesito (versión septiembre 2007)

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Hey! siento ese olor a conversación
que ya tuvimos cien veces,
y no quiero seguir perdiendo el tiempo con vos.
Te necesito
pero no me acompañás.

(Y yo
tengo esa simple capacidad
para olvidarme de todo el mal
que me hicieron tus caricias,
tus cosquillas.)

Así estoy! Es tan temprano y no aguanto más:
quiero enroscarme en tus besos
y de nuevo volver a ser uno con vos.
Te necesito
pero vos no me ayudás.

(Y yo
tengo esta simple capacidad
para olvidarme de todo el mal
que me hicieron tus recuerdos,
tus inventos.)

Y hoy que no engañás a mi soledad
te extraño más de lo que cualquier
palabra podría decirlo en una canción.
Te necesito
pero no te tengo más.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Monólogo de un aniñado pensador que nunca escribe nada

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Brillan los cantos de las hamacas y ningún niño juega en ellas esta tarde de calor y de sol y de alegría… y de prometedora belleza aquella la de las plantas verdes verdes como la esperanza que florece en las flores pero que también florece en los tronquitos de los árboles plantados en fila con cada uno su palo de escoba al lado como una madre rectora que no le hace falta, y también en las piedras y en los bloques de tierra seca que afea y seca las manos de una manera que sólo a los niños y a vos o a mí podría gustarnos. Yo miro, miro porque igual me gusta lo que se le deja mirar a uno cuando anda triste, porque la naturaleza parece que no se da cuenta mucho de lo mal que anda uno, y yo entonces miro. Miro y veo lo lindo primero que lo feo porque a mí particularmente y creo que a nadie nunca me gustó mucho mirar las cosas feas, y porque hace tiempo descubrí ya que las cosas que se miran y gustan pueden mirarse cien veces tal vez y nunca dejar de gustarse, pero que acaso la ciento una vez esa sí se pierda la belleza que se dejaba mirar. No digo la ciento una como de verdad la ciento uno, pero es una metáfora que espero que se entienda y que se aplica a la variable etérea, debe ser etérea, digo, que provoca que una cosa pueda gustar cien o mil veces y dejar de gustar o no dejar nunca. Yo por ejemplo miro una película y me parece que es hermosa o que es hermosa mente triste o triste mente hermosa y la puedo ver muchas veces y repensar esas muchas todo eso o pensar cosas nuevas y que siga pareciéndome hermoso o triste… pero también si me la cuentan es como ver una película nueva que en realidad no se mira sino que en realidad lo que se hace es meterla directamente en la cabeza, porque el oído pienso yo que debe tener canales directos con la cabeza como centro de control, y por eso cuando nos dicen algo aunque ni estemos prestando atención entendemos que algo de eso nos tensa un hilito del pensamiento que queda tirante hasta la inteligencia o hasta siempre si es que no la hay o no se la despierta en algún caso. Es una sensación como de qué está pasando, como de esto no puede pasarse por alto así nomás porque ya se me metió tan adentro en un segundo nada más que es inevitable sentirlo propio… y así con las palabras dichas al oído, y no busco decir que en secreto sino que al oído, nunca pasa como con las escritas o dichas a la vista o con las imágenes que son bien distintas de las palabras, con ellas no pasa eso de no acordarte de qué era que venían diciéndote, porque siempre existe ese eco como una tensión que te pide: escuchame, escuchame, y que vos no sé cómo le respondés pero para mí es importantísimo escucharlo, y ahí sí, con eso, escribirlo en un papel invisible, sin renglones ni nada, sin margen ni agujeritos ni nada, y escribirlo y ahí sí leerlo cien, no, mil, sí: mil veces. Leerlo hasta entenderlo, para que no se pierda, para que nunca más nada se pierda por el mundo de las palabras que son los pensamientos más difíciles de recordar, o los más simples o los más bellos o los más tristes.

martes, 19 de febrero de 2008

Imagen

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te recuerdo siempre de pie, con los brazos flexionados de manera que pudieras agarrar las tiras de tu mochila, y con una sonrisa grande casi justo en el medio de una cara muy pequeña, o de una cara normal escondida parcialmente debajo de una boina oscura de un color incierto; aunque los dos son difusos, el color del sombrero es parecido al color del sobretodo largo. Seduce la idea de tu pelo largo medio escondido entre las solapas y la carga que llevas en la espalda. La sonrisa está adornada por un aro en forma de punto sobre uno de tus labios casi finitos, que ahora como entonces me parece que te cubre la cara con un filtro de erotismo. Es viva la imagen ya que tiene movimiento, aunque es este tan precario que podría ser tan sólo un artificio de mi mente o de un niño que juega con una computadora.
Tu recuerdo de esa tarde en la que fuimos compañeros -la única, pero a esta altura casi íntima- es probablemente una mezcla de aquella con cada vez que te he visto; agradezco que hayan sido tantas.
Te quiero. Te quiero. Pedro

lunes, 18 de febrero de 2008

La historia de mi derrota

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Me estabas contando, antes de que me perdiera, de cómo se conocieron vos y Luisa. Me dijiste que coincidieron por primera vez en Parque Rivadavia y no sé qué más; algo de que ella preguntó por un librito de Pizarnik que vos conocías, pero tampoco tomé nota del nombre ni de algún verso que se comentaron antes de que te convidara con un té que resultó estar bien fuerte. Yo, a esa altura, ya estaba medio perdido en mis cavilaciones sobre la moral y su constancia a lo largo de los siglos (y de las tantas vidas, como experimentos que se van haciendo).
Me contaste, creo, que te quemaste la lengua un poco; pero justo eso es lo que no tiene tanta importancia.
También me quedó grabada la musiquita de una frase que dijiste: papapa – papá – papapapa, que quiso decir algo así como que ella vivía bastante lejos del centro. Yo igual escuché hasta ahí y más o menos, porque un ratito después ya me había perdido en una escena que, esa sí, no me la puedo sacar de la cabeza hasta ahora. ¡Justo vos, que hace tanto que te conozco! Además, que te cortejo en secreto casi desde que te conocí: esa sí es una historia.
¡Pero igual!, que vos la prefieras a ella o a mí no es mi problema, es solamente que yo de verdad creo que me tendrías que querer más a mí. Primero, porque ella es mujer, igual que vos. Y además porque yo realmente te quiero; y ella, no creo.

Ahora no sé bien por qué (aunque un poco me imagino) vos te quedaste callada hace ya un ratito y no paraste de mirarme a la cara un segundo. Yo, por mi parte, estoy enmimismado, dándome cuenta de que me hiciste alguna pregunta, o me pediste algún consejo. Y si me pongo nerviosísimo es solamente porque sé que estas cosas, para vos, son muy importantes, y yo, la verdad, no te estoy escuchando; y cuando te des cuenta te vas a enojar un poco; y yo tampoco tengo ganas ni de discutir ni de contarte todo lo que llegué a pensar mientras charlábamos.
Pero igual me avivo de que me estás mirando a la cara, un poco por esa magia de los sentidos a la que tanto nos acostumbramos, y sé que tu expresión debe estar poniéndose más cuadrada por no entender qué cuerno me pasa, y yo mientras pensando que bueno, que no te enojes tanto porque en realidad tampoco es tan grave, y no sé cómo puedo no decirte que me perdí escuchando toda la historia de mi derrota mientras miraba una tuerca que hay tirada ahí, en el piso, a un metro de tus pies, y mientras pienso que sería una tristeza que se te perdiera así, tan cerca y tan a la vista.

viernes, 15 de febrero de 2008

Secándome esas ganas de matar que yo tenía

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Nadie entiende nada emilia mia nadie entiende nada nada nada entienden esos que te dicen que te quieren; cómo pueden saber cómo es quererte si no saben lo que es verte llorar mirándome a los ojos y diciéndome que te querés casar conmigo y que querés darme lo que a nadie nunca antes diste, Emilia mía hermosa mía Emilia Emilia de mis días de mis noches, de mis sueños mis vigilias de mis viajes me despierto cada día y me levanto de la cama para verte antes de irme a cualquier parte y si te escribo no es por tonto ni es por malo es solamente Emilia hermosa porque siento que te debo explicaciones por las cosas que te digo que te grito que te lloro, te disparo como tiros para hacerte un poco feo un poco sólo un poco más terrible el día Emilia porque quiero que me entiendas que me duelen esas cosas que se vuelven imborrables con tan solo consumarlas y que a veces con el tiempo se nos vuelven incurables.
Es por eso que te escribo y no es por tonto ni por malo cuando digo que te extraño que te quiero Emilia mía que te quiero entre mis brazos, para qué perder el tiempo que nos queda, para qué esperar que el tiempo nos lo explique si sabemos que la vida es esta es juntos es bonita y no es de a uno: es de a dos o es de a tres o cuatro o cinco, tal vez muchos muchos hijos nos separan y nos unen a esos nietos que esperamos cada noche cuando juntos nos dormimos y sabemos y sentimos y soñamos juntos juntos muy bien juntos y entendemos Emilia linda
Emilia siempre siempre mía
que es así

jueves, 14 de febrero de 2008

elGuegué

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PERRO

Entenderá?
?cuando nos miramos?
?la diferencia que existe entre
los ojos y el resto
de esto que él ve como un yo?






……………
Lloro, luego siento
que entiendo el valor de una lágrima
en la salvación de la especie







HOMBRE

Ente
Soñante
Pensante
escribiente hecho de sueños
y pensamientos







.…………
astropípeda incorpórica
elucina de teomastia
y palupífana y guirnáldica
y ambarántica mía

la música en las palabras
y
en los pensamientos
y en
los cuerpos

el sentido está en mi alma.







Belleza

Palabras palabraS
palabras
P-A-L-A-B-R-A-S

Por toda la hoja palabras
que significan distinto
que significan lo mismo:
tu voz un vals este aire







el Guegué
.
Quedaríamos, entonces, así,
solos,
solos y quietos
solos y quietos y un poco más viejos,
entonces,
y secándonos de nuestra propia no mojadez. (Como la ropa, en el fondo.)

miércoles, 13 de febrero de 2008

Anochecer

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Hey! cómo estás?, hoy te canto desde un país
donde los sueños se buscan en la verdad;
sobran melodías
cuando tu recuerdo me regala una canción.

Cómo hablar de lo que espero de tu voz?
(Inmadurez de pensar que ya ira peor.)
Siento que no alcanzo
para darte la mitad de lo que me das vos!

Y es la triste sensación
de que estoy atándote
a las fantasias que de chico yo tenía.

Hoy me despierta tu olor en mis pensamientos.
Es que pensarme sin vos me hace anochecer.
Me duermo en tu aliento,
respiramos juntos otra vez felicidad.

Me consuela saber por dónde andarás,
cerrar los ojos y ver figura punk.
Cuántas horas faltan?!
Quiero tocar con mi piel tu piel una vez más.

Sé que pronto pasará,
y que no hay nada triste en esa sensación
de estar atado a tu destino.

Hey! hace cuánto que no andabas por aquí?

martes, 12 de febrero de 2008

Escribir ya

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Escribir ya no es lo mismo cuando se van pasando los sueños.
Saber que puede no pasar se empieza de a poco a confundir con no querer que pase, primero, con querer que no pase, después. Al ver que esto que era lo que más queríamos nos pierde interés se piensa entonces que no hay algo que tome su lugar y al cabo de diez minutos pensando nos inunda la tristeza.


la tristeza

otra vez
la puta tristeza

lunes, 11 de febrero de 2008

Escrito sobre una mesa de mazapán

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Recibimos anoche una nota en la que se nos indicó qué hacer. No piense, sin embargo, que de aquellas instrucciones y de nuestra obediencia nació esta carta. Por suerte (para nosotros, no para usted, que nunca sabrá cuáles son realmente nuestras aptitudes), la computadora arregla todas nuestras faltas de ortografía. En realidad no son todas, sino sólo aquellas que obedecen a una regla cuyo número de sílabas es impar mayor de 26 y menor de 42. Es inexplicavle.
Se nos pidió (amavlemente, intuí) que nos dirigiéramos a ud. con motivo de referirle “vuestra (nuestra) versión de los hechos” (sic). Procedo (en nombre de los siete):
Javier se cayó de la escalera, aunque después dijeron que lo habían empujado. Lo cierto es que cayó sólo ayudado por el perro, de nombre Jorge. (La gente le dice Georgie, que se pronuncia Yoryi.) No cayó rodando sino manteniendo cierto imperfecto paralelismo con la baranda, como si se movieran por imanes.
¡Pero en esta casa no hay imanes, no! Seguro que él tuvo la precaución porque la pintura estaba fresca. Claro: Sergio había pintado la segunda mano hacía apenas un par de horas y uno nunca sabe con esas cosas. La pintura siempre es en contra del hombre.
La pintura era en realidad una mezcla de pintura gris con pintura azul, porque queríase formar celeste pero el blanco estaba feo así que se improvisó con el gris imaginando muy optimistamente (como nos gusta pensar aquí) que quedaría como el cielo de ayer. Ayer el cielo estaba nublado y parejo, parejamente nublado.
Bueno. Entonces Javier se cayó por evitar apoyar las manos en la pintura que Gabriel había pintado pero que resultó ser como un color cualquiera pero bastante sucio. Cuando cayó, el único que oyó el ruido fue Gastón, que estaba diseñando un termodisipador de partículas que nos explicó que sirve para centrifugar el mundo en el sentido inverso al natural, de manera tal que retrocede el tiempo únicamente de a un año. Nos contó también que desgraciadamente no pudo conseguir un megaswitch para el turbo, motivo por el cual atrasa cuarenta y cuatro minutos de más. Gastón se mostró descontento y decepcionado por esta falla.
Entonces Gastón lo escuchó pero, concentrado en su labor, no corrió en su ayuda. Sí, sin embargo, pegó un grito que se escuchó desde la sala de proyecciones, donde estábamos los otros cuatro, pues Emporio había salido a comprar alimento para el perro.
El perro pareció entender que nosotros le festejábamos la gracia, pues empezó a saltar moviendo la cola de manera tal que la punta de su cola describía una forma parecida a un ocho medio estirado en los extremos. El de la patada fue Marcelo, y se la dio bien entre las costillas. Georgie gimió y corrió. Facundo y yo manoseamos al caído para ver esas cosas de la respiración y el pulso y todo eso, y Javier parecía estar muerto, o desmayado, o dormido.
Dormido debía estar, porque se levantó a los dos minutos y corriendo subió a ponerse su uniforme de la policía, de cuando trabajaba.
Ojalá no lo reprendan, pensé yo, en nombre de los seis, porque a él, como sabrán, no lo dejaban trabajar por su problema.
Cuando murió la señora él andaba triste y soñaba muchas pesadillas. Yo pienso para mí que se le volvieron realidad ayer a la tarde, porque entre el cielo parejo y los gritos de Gastón, las corridas de todos, los llantos y giros en el aire del tal Jorge, la angustia contenida en su pecho, la sonrisa imbécil que puso la vieja de al lado cuando lo vio salir, el arma fría de hace años que tenía en la mano y las ganas acumuladas de pegarse un tiro en su propia cara, para mí que no supo qué hacer.
Por eso yo le pido, señor comisario, que no lo reprendan mucho. Yo entiendo que a los locos se les da otro trato y, hágame el favor comisario: trátelo como un loco. Él anda medio mal pero es por lo de la señora, y por todo lo de los otros. No es solamente por él, se lo digo en serio, yo.
Siempre agradezco, pero déjeme decirle además hoy que si no me hace el favor entonces el arma la va a sentir en la boca del culo cuando lo agarre yo o cualquiera de los cinco hermanos que me quedan a mi cargo. Muchas gracias.

domingo, 10 de febrero de 2008

Empiezo una novela que nunca terminaré

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Recorre los trescientos primeros metros silbándole el aire y su musiquita al suelo, los dos pies alineados y especulando con el equilibrio que pudiera hacerse sobre el cordón de la vereda, que es como una línea. Piensa que debe tender a juntarse con la calle o con el cielo. Piensa en escribirlo.
Saluda a algunas vecinas a cuál más vieja, recuerda sus polleras durante otros doscientos metros y, finalmente, posa sus dedos índice derecho y anular derecho sobre la primera de las barras metálicas de la reja de su casa y los arrastra hasta la puerta. La casa que fue de sus padres y hoy es sólo la casa de su madre.
Arriesga, elucubra un poco y vuelve a arriesgar cuando una mirada en el espejo le pregunta sordamente los motivos del malhumor de Cecilia; no acierta. Cecilia ha llegado del puerto a las seis y seguramente una hora antes ya habrá sentido el peso del trabajo a realizar en la semana sobre los hombros apenas unos días descansados. Vuelve a cruzarla en el pasillo y no pregunta, y ofrece un té y ofrece también unas pocas galletitas que le quedaron del desayuno y que ya saca de la mochila. Comparten.
Comparten las galletitas y unas pocas anécdotas, que sirven para limpiar el aire de la cocina pero sobre todo el aire de las cabezas suya y de su madre de ese olor tan asqueroso y maloliente que todo lo envolvía. Se levantan ya riendo por algún mal chiste siempre hecho en torno de sus propias incapacidades. Caminan alrededor de la mesa redonda que han comprado unos meses antes de la muerte del abuelo, y en la reflexión que hace de aquél caminar tan de monólogo le viene a la cabeza el abuelo con su barba medio gastada de tan vista. La catarata la tenía en el ojo izquierdo. (Duda cuando se acuerda.)
Cecilia, que mira la hora automáticamente cada veintisiete minutos como por arte de magia, le avisa que se le hará tarde para la visita diaria al doctor. El doctor se llama Ramiro y canta siempre mientras lo atiende. Debe verse tan lindo mientras canta, piensa, pero no lo sabe ni posiblemente nunca lo sabrá por culpa de ese miedo que quiere volverse dolor en su cabeza pero que bien sabe que es sólo una impresión fundada en las regiones donde las pasiones empañan un poco los cristales de la razón.
De todos modos se anuda la corbata de ir al médico como le han enseñado por la mañana y sale con prisa. Como todos los días, llega temprano y se aburre en la sala de espera. No lee, no mira por el ventanal. Camina el recuerdo de sí mismo por los cordones de sus recuerdos logrando un equilibrio perfecto. Se oye la musiquita del doctor Ramiro barrileteando en el viento que sopla un dios vuelto ventilador de techo. Mente en blanco: no reflexiona; Dios existe; la vida es bella; acaso sea eterna.
Entre, entra, cierra despacio y mira. Mira todo; mira bien; mira y de tanto mirar no siente el olor a miedo que se avecina. Inconcientemente se recuesta boca abajo en la camilla y el doctor le avisa. Vuelve atrás un poco el tiempo y se acuesta boca arriba, atento. Cierra los ojos, huele; huele a pájaros podridos bajo tierra, enterrados por un perro nervioso. Se enerva. Los párpados contienen las lágrimas que su cerebro manda que broten.
Un dedo toca un labio. Siente frío.
Cierra un puño y ocupa la nada que había entre el puño y el miedo; aprieta. Grita, muerde, ruge. De a poco el llanto le sana el alma y lo acostumbra. Bendito acostumbrarse al dolor, piensa, y entiende que puede pensar y que eso también es costumbre y es miedo. Sonríe. Reflexiona sobre la actitud de no responder a la pregunta del doctor: ¿qué pasa? (Qué pregunta imbécil, doctor, correspondería.) No; en cambio, silencio y sonrisa y sensación de singularidad y hasta de superioridad: todo en este segundo prolongado. Situación de percepción absoluta del tiempo, un instante eterno, abrir de ojos segundario que atormenta de tan claro. Multiplicación de los colores: dilucidar de las fuerzas de la física óptica, leve (levísima) nostalgia de la ignorancia, visión de un choque muy, muy fuerte que rompe cada color en todos los colores. Desencanto de la vida que se conoce. Padecimiento de la propia razón, desconfianza. Llanto eterno del alma.

Se levanta y apoya sólo las puntas de los pies. Mira, y aunque no cree siente que rezar le haría morir un poco más tranquilo y que no rezar le hará morir un poco más nervioso, pero siente que morirá de todos modos. Baja la vista y ve Juan cómo la flor que está dibujada sobre la alfombra, en el centro de la habitación, se va marchitando muy de a poco.

viernes, 8 de febrero de 2008

Nocturno 01 (Canción)

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Quiero escribir. Siento que te lo debo.
Espero aún estar a tiempo.
Quiero gritar lo que callé,
lo que lloré, lo que no pude ver
cuando no estabas bien.

Perdóname. Sé que siempre lo pido,
pero sabés que siento lo que digo.
Quiero escuchar tu risa al despertar,
sentir tu voz, tus besos al llegar
al final de alguna canción.


Sé que soy muy egoísta y sé aceptar
que las lágrimas no alivian más que el alma de uno mismo.
Pero me invento el aliento y me refugio del dolor
en pequeñas poesías, fantasías que yo escribo (para vos).


Quiero mirar, cuando me desespere,
mirarte y desvanecerme
hacia un lugar donde cada canción
me muestre en mí lo que yo admiro en vos,
y seamos uno los dos.

Y así perder cada uno de mis pelos
y junto a vos ponerme viejo,
y que mi voz, mi fuego al despertar,
mi devoción por lo que me enseñás
te hagan ver que soy yo.