martes, 9 de febrero de 2010

opereta inconclusa i

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Acto segundo: ducharse antes de salir


¡Desde chiquita me gustó cerrar los ojos mientras la ducha para aprender a bailar el tango! ¡Cerraba los ojos y me dejaba fluir entre un sueño y un grano de vida, y vivía más viva que nunca entre una pared larga y dos paredes cortitas y una cortina mojada de tan, tan húmeda que estaba de verme así, bailando, tomando las lecciones de un baile que me llevaba! ¡Cerraba los ojos y me dejaba caer hacia un lado, imaginando que Julia se inclinaba para el otro, y me dejaba empujar hacia atrás, hasta el fondo, y estirando un paso que patinaba en el agua caliente sentía las arremetidas ganas que tenía Julia de dar otro paso! ¡Me gustaba, claro, ese jueguito, pero ella no se cansaba nunca y los nervios y las ganas y la concentración que me demandaba todo el baile me dejaba siempre hecha una baba hecha de la risa y de sus convulsiones, hecha sobre todo del fuerte sabor de la alegría, dulce en el paladar con un ligero resabio de amargor en la garganta (que quién sabrá por qué), cuando terminábamos llorando hechas un nudo por el suelo, con las patas sucias por las arduas caminatas y las caras limpias de tanto río que pasaba por encima! Y cada tanto, ¡ay!, que cada tanto doy un giro imaginándome a la Julia que me lleva y me sorprende en un costado el frío roce de las cortinas, tan cierto que me estremece casi verla en este metro tan chiquito que me sirve de escenario. Y si no abro las cortinas para ver de una vez por todas que estoy sola es porque sé -sé- que con esta suerte puta que me sigue es muy probable que la encuentre entre el público.


Julia, ¿estás ahí?


Ya he aprendido a desconfiar de ciertas cosas. Con la Julia nos cruzamos casi quince días en la vida, locos días por lo cierto, y casi quince, así que piensen en lo intenso que hay debajo de esta historia, si la cuento y me doy vuelta de los nervios. Ella caminaba sola por decisión propia y yo anotaba todo lo que se podía. ¡Si ya hasta me tiemblan las manos, del recuerdo! Después del día siete… más o menos, nos fuimos a vivir juntas a la casa de Suipacha al trescientos. ¡Esa semana fue el más alto punto que yo he tenido en mi vida entera para mirar el paisaje, viviendo del aire y del amor, sin perros pesos de por medio, con una serie de políticas de reducción forzada de vicios y una notable tendencia hacia una espiritualidad que era como el centro del subibaja! Así sostuvimos todo ese sistema de vida, y así cada día fue el mejor y el último, y de tan mejor que era fue cualquier cosa menos último, y dejó paso al siguiente, y al siguiente, y al siguiente, hasta el último.


¡oh, ironía, yo que soñaba con ser un poeta genial como boudelaire, y no puedo desprenderme del hábito de sentirme estrella dentro del baño!


Así nos fuimos cansando de la magia de volver a ser lo mismo siempre, y, una día más, la pantomima fue catástrofe.


No sé quién dijo que se fue a pueblerear por el norte y se quedó trabajando en un campo de frutillas;


yo pienso que hubiera sido buena madre.



Acto primero: levantarse y cepillarse los dientes


¡Ni en invierno el pasillo está tan frío como lo está en estos días! La pasada de la habitación al baño parece interminable, pero yo si no estoy limpia no arranco. Ya en el baño se está mucho mejor, aunque no es perfecto y si no muevo un poco el cuerpo y no estrangulo unas palabras este frío no se me pasa. Por lo menos ya no me veo la cara de madrugada cinco minutos antes de tiempo, desde que saqué el espejo y en su lugar puse un público. Aunque el espejo daba… es cierto, una cierta imagen… una sensación… una idea, ¡eso! una idea como de tranquilidad, de seguridad absoluta, de propiedad; ¡eso! de pro-piedad. ¿Propiedad de dónde vendrá? Lo propio, lo mío, lo yo. Sí, debe ser de lo yo. Y si el espejo me refleja, lo yo abunda. ¡Qué mejor que que sobre lo yo, entendiendo por supuesto que todo lo yo pensará como yo quiero que piense! Si fuera para otra cosa, o una asistencia técnica de algo… lo pensaría, pero para lo que es pensar yo me basto.




Apartado modalidad de paréntesis: fluencia.


Estoy sola en mi casa. Toda mi familia se fue de vacaciones y yo no tengo trabajo. Tengo cosas que hacer, sí; pero no hay manera de sentarme a hacerlas. No sé lo que me pasa, o creo saberlo, pero es pura opinión mía, nada científico. Aquí va, de todos modos:


Yo tengo un defecto, y es la falta de voluntad. Me convencí, de algún modo, de que todo en la vida puede ser fácil y puede ser bello y allá voy detrás de ese camino. Estoy tranquila, me siento bien. Tengo algunos miedos, unos más tontos, otros menos, que acompañan hace poco a esas ganas desterradas de ser libre. Escribí esas dos palabras y me llamó mi padre.

¡Cuánta magia hay en la vida, y nos atrevemos a descreer de la existencia de un dios! Cuidadito, que yo digo que hay un dios pero que no es cuestión de desprenderse de reflexiones. Dios, ¡tan pálido e insignificante! Dios se ha llevado lo mejor de lo que ha dado y de un modo abrupto. Dañino. ¡Dios tan puto y prepotente que insiste en que su nombre aparezca con mayúscula! Dios, ¡qué dios!, mi dios, el dios, autor de sin igual desequilibrio, actor de economía y rendimiento, artífice de todo este misterio que desgarra.

Dios se ha dejado tentar por el diablo, conmigo. Teníamos un buen trato comercial que auguraba, sin duda, una grande amistad venidera. El no daba clases de literatura y yo no hacía milagros. Yo, así, vivía tranquila de una vida a la otra, iba de un escenario a otro escenario con mis bolsas cargadas de ropa y pensamientos que pesaban un kilo. Pero ahora me ha traicionado y se ha ensañado conmigo; y, discúlpenme que les diga, MAFIOSAMENTE se la está cobrando con las cosas de mis amigos. Y a mí, la amistad de un tipo que tiene TOOODO ese poder y lo usa para esas pelotudeces… ni me importa. ¡dios pendenciero y revanchista: tu voluntad sea prendida fuego como bandera en todos los planetas que viven!



Acto tercer: tomar el té

1 comentario:

GonzalitoVilachan dijo...

me gusta tu estilo, tío, ¿quieres ser mi amigo?