martes, 14 de abril de 2009

-.



Compañera: somos humo y vino en nuestros brazos.
Esto es bueno: nos imagino durante una vejez adolescente bebiéndonos el uno al otro y nos escucho cantando juntos algo bajito. Diré que sos bonita como la nube rosada de la que leimos hace un tiempo y que promete fantasía cada vez que la recuerdo. Es sincero contarte de una vez y para siempre que mi música no tiene más mérito de mí que por salir como naciendo de mi dentro, como bailando con el aire, como nadando sola en este mar de nada, en este mar de todo que es el aire. Cuando escribo así, tan sin aviso a mi conciencia, me transporto hacia un paisaje que me expulsa, cada tanto, y que yo ocupo cuando vuelvo como si no hubiera sido cierta la expulsión del paraíso. Me adueño, como decías entre sueños que yo creo haber tenido, de pronto y para siempre de cualquier lugar. Todo espacio que yo vea cuando cierro mis ojos me pertenece, pues aprendí a ser feliz el día que supe darme cuenta de que el mundo es todo viento. Y esa sabíduría -a esta altura ya mi única eterna sabiduría- es mi única promesa para vos: el mundo es viento y estoy aprendiendo a domarlo. Y, cuando lo logre, eso dalo por seguro, cuando lo dome serás vos mi única compañía, serás vos la única dueña de mis confidencias. Y tanto, tanto aprenderemos, que seremos compañeros como nadie. Andaremos de paseo por el cielo y por el río, y abriremos nuestros ojos para vernos suspendidos en paisajes que jamás olvidaremos, los paisajes que más nos van a gustar siempre, esos donde sólo nosotros, compañera, podemos entrar juntos; donde nadie jamás a logrado entrar conmigo ni contigo; donde nunca hemos entrado hasta que entramos, niña mía, en un paseo de la mano que no sabíamos que iba a ser tan grato ni tan largo.
Compañera: estamos siendo testigos de grandes eventos. No sé si alguna vez hemos soñado con este protagonismo que fuimos cobrando en las mejores historias de este mundo, pero estamos en un punto donde sólo hay dos caminos. Atrás y adelante, el uno bloqueado por voces distintas que ya no oiremos, el otro el abismo que sucede al salto, el abismo que precede al pasto que nos espera sentado sobre nuestros cuerpos para que nos sentemos sobre su cuerpo para así sentarse sobre nosotros y así seguir dándonos vueltas hasta marearnos y no poder más sino sonreir. Compañera, no divago más en todo esto. Compañera, gracias por ser mi compañera así.
Pedro Joaquín Rossi.
14 de abril de 2009

No hay comentarios: