domingo, 7 de septiembre de 2008

Pedro se sienta a escribir sin una idea

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Pedro se sienta a escribir sin una idea. Sabe que debe escribir, que las cosas son así como se muestran a sus ojos. Sabe también que le cuesta escribir, que le cuesta y le gusta, y sobre todo le cuesta. Escribir fue alguna vez como un juego, pues Pedro sabía que sólo sentarse en la máquina blanca le daba la fuerza, le daba el empuje esperado, la maña en los dedos, el ritmo alocado que siempre marcó su adjetivo. Hoy se sienta pues sabe que el quince se acerca y que debe tener una historia, no tanto el dinero lo corre pero sí la gloria o la idea de gloria, sentir que mantiene la mano caliente. Está ya cansado de gastar sus huellas en teclas que brillan vacías, que escriben como de memoria las letras que un día supieron trocar las ideas en suaves y en duras palabras, en tantos minutos de ásperas voces leyentes.
¡Las primeras veces que escribía lo hacía tan mal! Hay en todas las cosas esa idea tan exacta de las capas como etapas que se deben ir pasando. Tan mal escribía, el tal Pedro, que si usted supiera hoy le daría el primer premio nomás por lo pernicioso de su empeño. Las cosas ya son para él sólo cosas. Su cabeza ha alcanzado la profundidad toda; escribir le ha dejado un tal vez triste hábito de pensar todo el tiempo en las cosas. Y pensar tanto en las cosas le despierta sensaciones inmediatas: que las cosas no son cosas, no son nada, son el sueño de que existen elementos regulares que organizan sus parámetros de vida, como los de cualquier otro. Los de usted también: esto piensa Pedro cuando escribe.
El concurso no le importa. Ganar es lindo siempre, pero un escritor que escribe mientras piensa en la derrota nunca gana la partida; y ese es Pedro. Pedro escribe, Pedro piensa, y en ningún momento nunca le preocupa el contenido. Es un escritor muy hábil, eso dicen cuantos lo conocen, que maneja sin problemas la sintaxis, manipula la palabra como tiempo detenido; se le nota que es un músico de aquéllos; cuando lee lo que escribe se hace sordo todo el ruido y si la gente no disfruta con su prosa sí disfruta con la cara de disfrute que comparte cuando lee.
Pero entienda que su gran inteligencia poco sirve para todo lo que traza los carriles que la vida sigue y reproduce todo el tiempo. Él lo sabe, y si un día le costó aceptarlo ahora es historia antigua, pasado pisado y todas esas cosas que se dicen de las cosas sin pensarlas. Hoy ya es lindo, es su orgullo y su romántico disfrute la conciencia de su ritmo estrepitoso, ese ritmo indescriptible, su moral y su apolítico desdeño por las normas que desde su propio origen se demuestran regularidades rotas por los genios más geniales de la historia.
Y por qué no, piensa el tal Pedro, romper con todo desde ahora, presentar en un concurso alguna historia sin historia, algún divague sin sentido, alguna mancha en mi conciencia que se vuelva viento, que se vuelque encima de la ropa de un jurado como un charco del café más poderoso de este siglo, de este siglo tan cortito, sigiloso, ¡ay! tan joven este siglo mentiroso como el padre siglo veinte que a los muchos que vivimos a su sombra nos dejó pegado el vicio de querer romper las normas sin sentido ni nostalgia, como viento, como viento fuerte y digno del disfrute de sentir que el desvarío se hace piedra y que ya nada, ni el hastío leopardiano ni la rabia de quien juzgue, ni uno mismo, ni siquiera uno mismo va a poder robarse aquella iniciativa que se tuvo de romper en unas líneas para siempre mientras ésto quede escrito aquella vieja norma madre que regula a cada hija y que dicta CASI siempre: que hay que hacer las cosas bien.

1 comentario:

GonzalitoVilachan dijo...

pedro se sienta a escribir sin una idea y termina componiendo una canción en prosa autobiográfica