lunes, 7 de abril de 2008

La historia de mi derrota

-------------------------------------------------------------------------------------



Me estabas contando, antes de que me perdiera, de cómo se conocieron vos y Luisa. Me dijiste que coincidieron por primera vez en Parque Rivadavia y no sé qué más; algo de que ella preguntó por un librito de Pizarnik que vos conocías, pero tampoco tomé nota del nombre ni de algún verso que se comentaron antes de que te convidara con un té que resultó estar bien fuerte. Yo, a esa altura, ya estaba medio perdido en mis cavilaciones sobre la moral y su constancia a lo largo de los siglos (y de las tantas vidas, como experimentos que se van haciendo).
Me contaste, creo, que te quemaste la lengua un poco; pero justo eso es lo que no tiene tanta importancia.
También me quedó grabada la musiquita de una frase que dijiste: papapa – papá – papapapa, que quiso decir algo así como que ella vivía bastante lejos del centro. Yo igual escuché hasta ahí y más o menos, porque un ratito después ya me había perdido en una escena que, esa sí, no me la puedo sacar de la cabeza hasta ahora. ¡Justo vos, que hace tanto que te conozco! Además, que te cortejo en secreto casi desde que te conocí: esa sí es una historia.
¡Pero igual!, que vos la prefieras a ella o a mí no es mi problema, es solamente que yo de verdad creo que me tendrías que querer más a mí. Primero, porque ella es mujer, igual que vos. Y además porque yo realmente te quiero; y ella, no creo.

Ahora no sé bien por qué (aunque un poco me imagino) vos te quedaste callada hace ya un ratito y no paraste de mirarme a la cara un segundo. Yo, por mi parte, estoy enmimismado, dándome cuenta de que me hiciste alguna pregunta, o me pediste algún consejo. Y si me pongo nerviosísimo es solamente porque sé que estas cosas, para vos, son muy importantes, y yo, la verdad, no te estoy escuchando; y cuando te des cuenta te vas a enojar un poco; y yo tampoco tengo ganas ni de discutir ni de contarte todo lo que llegué a pensar mientras charlábamos.
Pero igual me avivo de que me estás mirando a la cara, un poco por esa magia de los sentidos a la que tanto nos acostumbramos, y sé que tu expresión debe estar poniéndose más cuadrada por no entender qué cuerno me pasa, y yo mientras pensando que bueno, que no te enojes tanto porque en realidad tampoco es tan grave, y no sé cómo puedo no decirte que me perdí escuchando toda la historia de mi derrota mientras miraba una tuerca que hay tirada ahí, en el piso, a un metro de tus pies, y mientras pienso que sería una tristeza que se te perdiera así, tan cerca y tan a la vista.

No hay comentarios: