lunes, 21 de enero de 2008

Viaggio nel tempo

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Ayer por la tarde subí a este mismo colectivo. No quiero decir que subí a uno de la misma línea; ni siquiera que subí a uno de la misma línea que tenía la misma patente que este. (Cauldfield estaba seguro de que nosotros mismos no éramos imperturbables, sino que cada cosa que nos pasaba nos hacía diferentes. Debe pasar lo mismo con los colectivos, como con las lanchas y los aviones.)
La cosa es que ayer me subí a este colectivo. Fue por la tarde, y lo aclaro para que nadie se piense que sólo pretendo sorprenderlos con una gracia estúpida como es decir que ahora son las cero horas y cinco minutos del martes en que me he sentado a escribir en el colectivo. Realmente mi proyecto es más ambicioso y considerablemente menos probable.

Como cada viaje, sólo miré mi boleto cuando estuve acomodado en mi asiento individual. Me fijé en el número, la hora; calculé a qué hora llegaría a mi casa, repasé el número y leí el código del chofer y la fecha. Después, restándole importancia (por falta de algo excepcional) a lo que acababa de hacer, miré por la ventanilla. El escenario era conocido…
Durante una de las miradas que, como relámpagos, suelo dedicar al interior del colectivo, me detuve en un boleto de nadie, que su último –único- dueño había dejado enganchado en el respaldo del asiento que estaba justo delante del mío –del nuestro. Clavé los ojos directamente en un costado de aquél boleto y percibí inmediatamente la falla. A pesar de que era de unos pocos minutos antes que el mío, tenía impresa con tinta clara la fecha de mañana. O la de hoy: el boleto dice y decía “veintiuno de octubre de dos mil seis”. El mío, en cambio decía claramente “veinte”; sin embargo, al desenrollarlo cuidadosamente descubro que el boleto que compré el lunes veinte de octubre dice ahora “veintiuno”.
Hace casi una hora, con toda la desesperación que merece mi descubrimiento dando vueltas por la cabeza, comencé a escribir que “Mañana me he subido a este colectivo”, lo que encierra serias contradicciones semánticas. Analizándolas, por suerte, di con la luz: yo no he subido en el colectivo un día después del día en que he subido; he, sencillamente, viajado en el tiempo. Inmediatamente surgen otras tantas preguntas sobre la naturaleza de mi viaje, y pienso si habré perdido las cosas que tenía que hacer ayer (ayer que era hoy) o si habrá alguna manera de realizar el viaje inverso voluntariamente.
Sonrío, tratando de engañar a los nervios que me provoca este naufragio que describo, e invoco a Holden Cauldfield (quien decía que las cosas no deben contarse nunca) mientras trato de dormir un poco.

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